No es una broma, no.
… y un final de película se titula mi más reciente trabajo.
¿Que cómo es? Es más difícil contestar con afirmaciones que con negaciones, así que recurriré a estas últimas. No es larga ni corta. No es sesuda ni intrascendente. No es seria ni desternillante. Es… Pretende ser… entretenida. Y cinematográfica. Y… y con un poquito de misterio. Y políticamente incorrecta. Y con tachuelas donde pincharse si te descuidas.
Os la resumiré en unas cuantas líneas escritas a imitación de las cubiertas traseras de los libros. Tan profundas e ininteligibles como las habituales —que nadie se me ofenda por la ironía, tan sincera—.
Si la vida se hiciese celuloide, Fernando Orta querría ser el guionista. Y, como ejercicio de afirmación, lo demuestra con la suya propia en … y un final de película.
Orta despierta a dos realidades que a nadie dejarían indiferente: una desmemoria que arrasa los archivos más recientes de su cerebro y la muerte de un amigo, el autor Daniel Goa. En su afán por dignificarlo, reconstruye siete días míticos de un agosto de 2001 que quedó marcado en su biografía como el más vistoso de los tatuajes. Siete días de creación, en un voraz ejercicio de escritura cinematográfica, subversión de las costumbres y recuento sentimental. Siete días que, como pronto sospecha, ponen al descubierto las claves de un tiempo presente turbador, llamado a desembocar en una de esas verdades que zarandean los cimientos de la existencia.
Estructurada como una parodia de las películas de intriga que tanto gustan en el Hollywood de hoy, la ironía sincera de … y un final de película nos adentra en los callejones de la personalidad de un cineasta de apariencia corriente, capaz de crear la peor de sus pesadillas y vivirla como un personaje más. La pérdida de referencias cotidianas, la intuición y unas pistas que parecen inspiradas por el hermano menos despierto de Sherlock Holmes harán de Fernando Orta un hombre enfrentado a la angustia de asumir, con o sin razón, que su destino le ha sido escamoteado.
Amparándose en ese estilo tan suyo que mima la letra y vapulea los tópicos argumentales, el autor pone en nuestras manos una obra que planta una duda en las conciencias a través de la hipnosis del entretenimiento. Una novela de humor, de malhumor, en palabras de Fernando García Calderón.
Comentarios