[Diario de ausencias y acomodos]
13 de septiembre es el relato elegido para abrir de par en par el libro que llevará por título Diario de ausencias y acomodos. Una obra que tiene el agua por destino y personaje.
Se sitúa en la posición undécima de un total de quince narraciones de dispar extensión.
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13 de septiembre fue un reto que duró demasiado tiempo. Necesitaba una estructura, dos tonos y el trabajo de un periodista de segunda fila. Necesitaba una heroína y su álter ego. Necesitaba un crucigrama de 13 filas y 13 columnas.
Os dejo sus dos primeros párrafos.
Y el caso es que la primera noche que soñé la muerte desperté sobresaltado, arañando el aire, forcejeando en mi angustia con la espesa losa de mantas. Nadaba lastrado, en busca de una playa que se alejaba sin remedio, hundiéndome en la oscuridad abismal. También a eso se acostumbra uno.
A lo que no te acostumbras es al escalofrío que viene después, cuando, sin saber aún dónde estás, rotas el cuerpo, alargas la mano y palpas un rostro que desilusiona. Es la pesadilla en la pesadilla, como una de esas muñecas rusas que contienen otra semejante de menor tamaño. Cuesta creerlo. Cuesta admitir que cada mañana, en la raya misma de la consciencia, aguarde el milagro, la cirugía facial, la transfiguración prodigiosa. Respira a mi lado, y ya son las seis, pisoteando minutos que se esparcirán por el suelo, treinta. Suena la chicharra, a destiempo, y pienso que la vida es una mierda que no merece la pena mientras me pongo la zapatilla derecha en el pie izquierdo, arrastrándome despacio, con estridente silencio. Para salir de la habitación y volverme a comprobar que sigo atrapado en un equívoco irremediable, la hermana de su hermana, hasta que la muerte nos separe, valorando a tan temprana hora lo triste que puede resultar una existencia gris que no se acaba nunca.
Como todos los relatos que componen este libro, lleva asociada una pintura. Líquido, de Alyssa Monks, es la que da pie a su desarrollo.
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