Confieso que, al menos una vez al día, paso revista a los periódicos digitales. ¿A cuántos?, pregunta el curioso de turno. No sé, seis o siete, para que nadie diga que me caso con tal o cual tipografía, ya sea de derechas, centros o izquierdas.

De cuando en cuando, no voy a negarlo, una información me hace sonreír. Animalitos y gestos humanos nobles, principalmente. Pero, en momentos de debilidad, también se me escapa esa peculiar orientación de labios y comisuras al leer algo bochornoso, fruto de la estupidez o la picardía de un congénere.

Diría que, en estos casos, se produce uno de esos pecados de la razón en los que ésta se deja arrastrar por el instinto más primitivo y, en consecuencia, más proclive a confundir el bien y el mal. Un ejemplo bastará para explicarme.

Parte amistoso de accidente

 

Si el automóvil golpeado no es el propio, el ingenio de Paco nos arranca la sonrisa. Si, por contrario, somos los infortunados destinatarios de la misiva, maldita la gracia. ¿No es verdad? Voto a bríos, qué débiles e incongruentes solemos ser.

Aunque, pensándolo mejor, siempre nos queda la opción de acudir a Gila para justificar la humorada que causa daño y exclamar una de las frases siguientes, según del lado que nos toque:

  • Me habéis matao al hijo, pero me he reído…
  • Ahí va cómo se pone. Pues si no sabes aguantar una broma, tío sin gracia, pa qué has venío.