Son numerosas las historias de jugadores talentosos de ajedrez descubiertos en su más tierna infancia. La escena de la criatura jugando partidas simultáneas con mayores sesudos, siempre incrédulos, nos provoca una sonrisa.

El ajedrez debería ser obligatorio en los colegios. Ayuda al desarrollo de la mente, estimula la concentración, permite acelerar la ejecución de un razonamiento, habitúa a la toma de decisiones bajo la presión del tiempo, fomenta el reconocimiento de la igualdad entre personas de todo género y condición. Es un ejercicio útil para autodotarse de disciplina y tenacidad.

Nada de eso tiene que ver con los portentos. Son sujetos que nacen con cualidades específicas, que los hacen singularmente aptos para la comprensión del ajedrez. Aprenden el movimiento de cada trebejo con meses de edad, mirando cómo otros practican, son capaces de encauzar estrategias de juego cuando apenas alcanzan el metro de estatura, poseen la determinación necesaria para afrontar una partida y un campeonato antes de acabar los estudios primarios.

No son infrecuentes los casos de personajes infantiles del ajedrez que llegan a campeones de talla mundial y acaban con problemas de comportamiento, convertidos en genios inadaptados y, en consecuencia, enemistados con el mundo. La precocidad no siempre es sinónimo de éxito, considerando el verdadero éxito la realización como ser humano y el logro de una moderada felicidad.

La película En busca de Bobby Fischer (Searching for Bobby Fischer, 1993) ofrece justamente la visión contraria. La del niño con virtudes extraordinarias para desenvolverse en el tablero que no sufre la americana obsesión por compararse con el, a decir de la mayoría, mejor jugador de ajedrez de todos los tiempos. Joshua Waitzkin adora las 32 figurillas y los 64 escaques, pero no se siente mutilado cuando se aleja de ellos. Siendo, como es, un personaje de carne y hueso, su madurez no ha sido condicionada por este adictivo juego.

 

Contornos (156) Joshua Waitzkin

 

La fascinación que sentí por Joshua se vio superada por una historia que conocí hace unas cuantas semanas. La de Jutta Hempel, una alemana del norte nacida en 1960. Sus capacidades fueron apreciadas muy pronto. Con sólo tres años su memoria le permitía reproducir una partida que hubiese presenciado. Con seis, ya lucía sus dotes en sesiones de simultáneas. A los siete, era campeona juvenil de su zona.

 

Contornos (156) Jutta Hempel 2

 

A medida que fue creciendo, Hempel perdió interés por el ajedrez. Su carrera quedó truncada por una decisión muy personal. Dedicarse a su familia.

La pregunta cae por su propio peso: ¿quién es el auténtico genio, Fischer o Waitzkin? ¿Fischer o Hempel? Únicamente ellos tienen la respuesta.