Hoy no quiero hablaros de la organización anarquista secreta que se aplicó en el uso de la violencia en Andalucía durante el bienio de 1882-83, como consecuencia de la feroz lucha de clases en el campo y sus latifundios.
Tampoco quiero remontarme a la sociedad, también secreta, constituida en Serbia en 1911 y que, según cuentan, planificó el atentado en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando de Austria, dando el pistoletazo de salida a la I Guerra Mundial.
Hoy quiero hablar de cine. Pero no de Black Hand, la película de 1950 dirigida por Richard Thorpe y protagonizada por Gene Kelly en su primer papel dramático reseñable. En el afiche os dejo el enlace de YouTube. Son 92 minutos ciertamente interesantes.
La mano negra que atrae mi atención es una película española, de Fernando Colomo, que debí ver con la boca abierta —si la memoria no me falla— en un mes de octubre del año 1980. Pasados los años, aquel recuerdo fue ganando tamaño y fuerza en esa parte de la memoria que dedico a las situaciones que me gustaría revivir. Intenté hacerme con la película en VHS y en DVD, sin éxito. Llegué a la conclusión que una de las organizaciones criminales que prosperaron bajo el paraguas de «La mano negra» se encargaba de boicotear mis intenciones.
Hasta que, hace unos días, un alma generosa que prefiere permanecer en el anonimato que concede la sombra, vino a poner sobre mi rosácea mano un pendrive con la película en formato electrónico. Procedía de una grabación de TVE 2 que, por razones que sólo puedo atribuir a una distracción provocada por el complot en mi contra antes referido, había pasado por alto en su momento.
Con la emoción imaginable —y un pellizco en el estómago por miedo a la decepción—, me senté a presenciar, por fin, La mano negra. A las doce de la noche, solo en el sofá, en la penumbra de mi domicilio.
La cinta cuenta con un desconocido Íñigo Gurrea de protagonista y unos secundarios de lujo entre los que destacan Joaquín Hinojosa, Virginia Mataix, Carmen Maura, Antonio Resines, Marta Fernández Muro y Fernando Vivanco, todos ellos con casi cuarenta años menos. Tan naturales, tan poco maleados por la profesión, tan convincentes en los papeles creados por Fernando Trueba, Fernando Colomo y Manolo Matji.
Y… me lo pasé bien, realmente bien. La mano negra es simple, amena, a ratos muy divertida. Combina el tono de comedia del cine español de aquella década con una trama de intriga que se resuelve como en las grandes películas del Oeste, con el protagonista jodido pero contento. Falceto pierde techo, novia, amante, relaciones…, pero cumple con su deber de amigo y se siente reconfortado. El increíble compañero de bachillerato, alias Mc Guffin, se lo agradece en una escena de cierre que aprovecha el citado nombre —tan evocador para los cinéfilos— para plantar la palabra «fin».
Hay dos escenas muy destacables: la del cine, con Lo importante es amar en pantalla, y la de los desnudos (con humor) de Virginia Mataix e Íñigo Gurrea. No tienen desperdicio porque, con el paso del tiempo, nos llevan a exclamar esas tres palabras que resumen la adolescencia y parte de la madurez:
¡Qué inocentes éramos!
No puedo afirmar que La mano negra sea una gran película, pero sí que todos los veinteañeros de entonces deberíamos tener la oportunidad y la fortuna de verla. Al fin y al cabo, no hay tantos placeres en nuestro horizonte más inmediato.
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