Siempre pensé que el ajedrez era eso que ahora llaman un «deporte de riesgo».  Me lo ha recordado esa imagen, realmente simpática, en que un Alien y un Predator se enfrentan en un ambiente casi victoriano. Aunque, para ser precisos, nunca sentí que estaba practicando una actividad deportiva cuando me sentaba delante del tablero.

Si leemos la definición del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, quizá salgamos de dudas.

1. Actividad física, ejercida como juego o competición, cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas.

2. Recreación, pasatiempo, placer, diversión o ejercicio físico, por lo común al aire libre.

Sí, la gimnasia rítmica, la natación sincronizada, el billar y el baile de salón son deportes, por mucho que a algunos les pese cuando sintonizan su canal favorito. Pero ¿lo es el ajedrez? No caben reservas cuando se menciona la competición, el entrenamiento o la sujeción a normas. En cambio, hablar de actividad física… Cansar, cansa, desde luego. Y el despliegue de músculos que se precisa en una partida rápida es notable. Por no hablar del entrenamiento que se requiere hoy en día para soportar un campeonato de primer nivel.

Mi conclusión es que el ajedrez no es un deporte. Es mucho más. Es una forma civilizada (aunque hay excepciones a mansalva. Los anecdotarios están llenos de marrullerías cometidas por los grandes maestros) de superación. O, como alguien dijo, la única forma civilizada de hacerle la vida imposible al prójimo. El ajedrez es aprendizaje, tenacidad, rigor, sometimiento a reglas fijas, cálculo… También, talento, creatividad, intuición, aprovechamiento eficaz de los recursos… El ajedrez reúne todos los ingredientes para convertirse en un vehículo útil en el desarrollo de un niño. Ayuda a la comprensión espacial, se relaciona con los números, disciplina y genera hábitos de conducta.

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Mi inclinación por el ajedrez es manifiesta. Lo que sé de ti es una novela reseñada en revistas del ramo. Todo comenzó en 1972, tarde si reflexionamos sobre la edad idónea para comenzar a practicarlo. Había jugado, por supuesto, pero sin poner interés en unas victorias que no suponían un reto intelectual. El 11 de julio de 1972, para ser más exactos, mi visión cambió para siempre. Ese día comenzó, en Reikiavik un campeonato que debía dilucidar si el soviético Spassky o el estadounidense Fischer ocuparía el trono ajedrecístico. La Guerra Fría de la época se calentaba en… Islandia. De chiste.

Yo, admirador de la URSS por su política de enseñanza masiva del шахматыiba con el de Leningrado. Fischer llegó siete minutos tarde a la primera partida, la perdió y no se presentó a la segunda. Lo celebré con mis amigos como si de la victoria final se tratase. El cagón del norteamericano, caprichoso hasta pedir cambios en la iluminación de la sala, se echaba atrás. 52 jornadas después, el 31 de agosto (os suena esa fecha), acababa la competición. A la mañana siguiente, Spassky se rendía por teléfono. Fischer lo derrotó con un contundente 12½ a 8½.

Tras reproducir algunas de aquellas partidas, la evidencia me doblegó. Aquel extraordinario Fischer era talento en estado puro. Representó, para mí, la esencia de lo que deseaba encontrar en aquella cuadrícula llena de posibilidades.

Jugué hasta una fecha concreta, muy señalada. El día que leí Novela de ajedrez (también editada como Una partida de ajedrez), de Stefan Zweig, comprendí que no tenía futuro en el mundo del tablero y sus escaques. ¿La razón? Nada que ver con perderla. Simplemente no era lo bastante bueno. Ponía tesón, aprendía aperturas, mantenía la calma en situaciones complejas y poco más. Decidí dedicarme a observar las partidas de otros. O, como en la novela antes referida, disfrutar de la inestimable ayuda de un jugador que merecía ese calificativo: mi amigo Pepe Gayo.

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La mejor prueba de que el ajedrez es un deporte de riesgo la ofrecen los campeones del mundo oficiosos y oficiales que Estados Unidos ha dado a la Historia.

Contornos (110) Ajedrez. Paul Morphy

  • Paul Morphy (1837-1884). Famoso por su capacidad memorística y su facilidad para los idiomas. Un genio que se retiró pronto y llegó a odiar el ajedrez profundamente. Creó tal fobia que ni se podía mencionar la palabra en su presencia.

 

Contornos (110) Ajedrez. William Steinitz

  • Wilhelm Steinitz (1836-1900). Primer campeón del mundo en la lista oficial: desde 1886, en que derrota a Zukertort, hasta 1894, en que es vencido por Lasker. Nacido en Austria, se nacionalizó en su país de adopción. Creador del moderno juego posicional, murió en un asilo mental cercano a Nueva York.

 

Contornos (110) Ajedrez. Bobby Fischer

  • Bobby Fischer (1943-2008). Revolucionó el ajedrez en 1972 y ahí acabó su carrera. Con 29 años. No volvió a competir. Quiso imponer unas reglas abusivas para enfrentarse a Kárpov. Fue desposeído del título. El resto de la leyenda es conocido. Su desequilibrio psíquico se hizo patente en diversos momentos. En julio de 2004 fue detenido en el aeropuerto de Narita, en Tokio, por utilizar un pasaporte anulado por su país de origen. En marzo de 2005, Islandia le concedió la ciudadanía, quedando en libertad. Murió en Reikiavik.

Reikiavik

Reikiavik, la «bahía humeante» de los islandeses, no alcanza los doscientos mil habitantes. Carece de gestas pretéritas aunque su origen podría cifrarse en el siglo IX. Es considerada una de las ciudades más limpias y seguras del mundo. Pero, durante un verano, adquirió un atributo singular, peligroso como el peor virus. El atributo de la insania. Desató mi locura por el ajedrez. Sospecho que, también, la del gran Bobby Fischer.