Si tuviera que hacer balance —¿Cómo ha funcionado La judía más hermosa, Fernando?—, lo resumiría en una palabra: satisfacción.

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Satisfacción de propios y de extraños, lectores que me han brindado su aprecio y unas gotas del elixir de la eterna juventud.

Satisfacción personal, íntima.

No hay más que acudir al diccionario para comprender, en toda su extensión, el significado de mi(s) palabra(s). Satisfacción: 1. f. Acción y efecto de satisfacer o satisfacerse.

Satisfacer (me quedo con las siete primeras acepciones):

  1. tr. Pagar enteramente lo que se debe.
  2. tr. Hacer una obra que merezca el perdón de la pena debida.
  3. tr. Aquietar y sosegar las pasiones del ánimo.
  4. tr. Saciar un apetito, una pasión, etc.
  5. tr. Dar solución a una duda o a una dificultad.
  6. tr. Cumplir, llenar ciertos requisitos o exigencias.
  7. tr. Deshacer un agravio u ofensa.

Sírvanse la que más les guste.

Pero, afortunadamente, no hay motivo para hacer balance. La novela está ahí, viva, deseosa de alcanzar las manos mágicas del prestidigitador —la prestidigitadora— que extraiga de sus páginas la aventura que sólo el siglo XV, Sevilla, Roma y la más hermosa hembra que se recuerda, aunados en la ilusión, son capaces de proporcionar. Una aventura única e intransferible para cada intrépid@ que se atreva a levantar la tapa del libro y se acomode en el tobogán del tiempo.

Y, si alguien cree que miento, recurriré al argumento de una amable librera de la malagueña Torre del Mar, que convenció a un lector dubitativo diciéndole: “Tú llévatela, que verás como te engancha. Y, si no, la traes y te devuelvo el dinero”.

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La judía más hermosa se presenta en Valladolid el próximo día 19. Gracias a Charo y a Óscar.

Y estará en Sevilla el día 23, lunes del libro, o de Cervantes —que en paz descanse—, o de Shakespeare —que lo acompañó en fama y fecha de epitafio—. Gracias a los entusiastas del departamento comercial de Algaida, cuya fe ha movido la montaña de mi carácter.