El portal que el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias emplea para organizar la información y participación de sus empleados se ha hecho eco de la publicación de Yo también fui Jack el Destripador.

Todo se debe a Eva Pingarrón, experta en comunicación de Adif.

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¿Por qué una novela sobre Jack el Destripador?

Jack el Destripador no es un asesino en serie al uso, sin motivación o con una motivación ordinaria. La suya es singular y, a diferencia de los asesinos en serie habituales, con fecha de caducidad muy clara: el 9 de noviembre de 1888 se cumplen sus objetivos y deja de matar. Partimos del asesino como individuo y avanzamos hacia otros matices de orden colectivo.

En la novela, me aproximo al personaje pensando más en las circunstancias que rodean los asesinatos que en el propio personaje en sí. Sabe lo que hace y es un sujeto más complejo que un mero maníaco sexual. Sus crímenes están muy bien planificados. Lo que rodea a los asesinatos y sus características, las cartas, la relación con la Policía, la teatralidad que imprime a sus acciones, constituyen una mezcla perfecta para pasar a la posteridad.

En definitiva, y siempre con la perspectiva de hacer pasar al lector un rato agradable, a través de las trescientas cincuenta páginas de la novela he pretendido narrar una historia que aporta una explicación original a unos crímenes que nunca han sido totalmente aclarados,ni la identidad de su autor puesto que Jack el Destripador no fue detenido jamás. El lector encontrará a lo largo de sus páginas una nueva hipótesis sobre la autoría de los asesinatos.

¿Cómo está concebida la obra?

El relato tiene una estructura y argumentación similares a un proyecto, al estilo del ingeniero que soy. Está dividida en cinco bloques que corresponden a los cinco asesinatos más un epílogo. Son once capítulos por cada uno de los bloques, para un total de cincuenta y seis semanas de trabajo.

Sabía lo que quería contar en cada capítulo, lo tenía estructurado. En mi cabeza estaba muy clara la cadencia, el ritmo y el tono, tenía muy presente que se trata de una novela de corte victoriano, que se desarrolla en dos tiempos muy concretos, 1888 y 1946.

Lo difícil era mantener la atención durante todo el desarrollo de la obra, de manera que el desenlace aconteciera por decantación, como derivación de lo narrado, sin cabos sueltos y sin que pareciese que el resultado final saliese de la manga del autor.

¿Qué encontrará el lector?

La trama se desarrolla en el Londres victoriano, en un tiempo fronterizo entre los estertores de un siglo XIX velado por la hipocresía moral y la eclosión de un 1900, que pone a prueba la capacidad de regeneración del hombre y su instinto de supervivencia.

A lo largo de toda la narración he cuidado especialmente el contexto para que la persona que se acerque al libro no tenga dificultades para imaginarse dentro de cada escena, para poder transitar por ese Londres contemporáneo a Jack el Destripador y sobresaltarse con los sucesos que se describen. Porque el lector, para entender la historia en su plenitud, debe convertirse en un habitante más de aquella oscura ciudad de finales del siglo XIX, sugiriéndole ideas e invitándole a la reflexión.

¿Qué aporta de originalidad a la figura de Jack el Destripador?

La novela aborda los asesinatos desde móviles distintos pero, a la vez, no excluyentes. Sin duda, el primero de ellos sería poner sobre la mesa las difíciles condiciones de vida en el East End, un área en la que subsisten dos millones de habitantes, apiñados, en la miseria, con una salubridad inhumana y unos índices de criminalidad altísimos, con trabajos mal remunerados, sin derechos sociales ni sindicales.

Muy al hilo del anterior, el asesino podría haber también pretendido remover las conciencias de los ingleses, poniendo de manifiesto las desigualdades y la injusticia. Este propósito colectivo podría encuadrarse en los movimientos sociales de la época, precursores del laborismo.

En último lugar, Jack el Destripador quizá pretendió desequilibrar la balanza en las luchas intestinas de la Policía Metropolitana, ya que Scotland Yard se hallaba dividida en dos bandos, los militares recién llegados y la Policía tradicional, con estilos de mando y actuación completamente distintos.

En definitiva, he tratado de construir un hilo conductor donde la lógica prevalezca incluso en los actos más aberrantes, lo que me lleva a hacer la interpretación más plausible de los hechos. En mi opinión, y así lo he intentado plasmar en la novela, no se pueden juzgar esas acciones, sin duda execrables, desde la perspectiva actual – el uso de un asesino que mata prostitutas seleccionadas, mayores, enfermas, perfectamente pudo interpretarse en 1888 como un mal menor- y sin olvidar el contexto histórico, político y social de la época.

¿Cómo se llega a escribir una novela de estas características?

Es el fruto de muchos años de trabajo. Con catorce o quince años empecé a esbozar mis primeros escritos. Lo que empezó como un juego de adolescente –era muy tímido y mis textos breves funcionaban mejor que la labia a la hora de impresionar a las chicas- con el tiempo se convirtieron en relatos cortos que mandaba a concursos de poblaciones de toda España, muchas de ellas pueblos pequeñitos pero muy afectuosos con los escritores.

A lo largo de estos años he utilizado distintos géneros y todos me han ido enriqueciendo y me han permitido acercarme al lector de diferentes maneras. Así, por ejemplo, mis relatos sitúan esencialmente a sus protagonistas ante situaciones de compromiso personal, familiar, social… Son más intimistas que las novelas y con un tono emocional en el que prevalecen los sentimientos frente a la acción.

En las novelas trabajo las relaciones humanas en un contexto histórico determinado. He escrito sobre nuestro siglo XV, el exilio forzado por la dictadura, la transición política de nuestro país, la convivencia de la pareja actual en un drama de intriga psicológica o el Londres de la época victoriana. En estos trabajos hay una variedad formal y de fondo, permitiendo adecuar su estructura, tono y lenguaje a la línea argumental que se persigue. Se ponen en acción, en definitiva, más recursos literarios que en el relato.

¿De qué autores ha bebido a lo largo de su obra y cuáles le han influido más profundamente?

Admiro a García Márquez y Sábato (sus respectivas obras El coronel no tiene quien le escriba y El túnel fueron obras de cabecera en mi adolescencia), Aldous Huxley, Pirandello o Heinrich Böll. De todos ellos, y de muchos más, he aprendido mucho. Entre los españoles citaría a Torres Villarroel y a Unamuno. No obstante, y respondiendo a la pregunta, han influido más en mi visión, en mi perspectiva literaria, que en mi escritura.

¿Es importante el conocimiento del ser humano, aprender a leer el mundo, observar y conocer lo que nos rodea antes de empezar a escribir sobre emociones universales?

Creo que determinados temas sólo se pueden abordar desde el conocimiento y la experiencia. Como ejemplo, puedo afirmar que tardé veinte años en dar por válida La resonancia de un disparo. No me convencía su tono y, al final descubrí que el origen del problema se hallaba en la falta de percepción sobre las relaciones de pareja, sobre el matrimonio.

La experiencia vital te permite elegir a la hora de plantear una novela. Puedes extraer de tu interior y proyectar esas sensaciones sobre el entorno a describir, pero también puedes captar de fuera lo que te interesa para hacerlo tuyo y reflejarlo, edulcorado con tu propia personalidad, sobre el papel. Todo ayuda a la hora de construir la obra si existe autenticidad, de ahí la relevancia de la experiencia.

¿Qué opina de la importancia del lector y sus distintas sensibilidades? ¿Cómo conectar con una mayoría?

Mientras que el escritor novel sólo pretende expresarse, el adulto tiene la necesidad de relacionarse con sus lectores. No es algo premeditado; simplemente, a través de sus palabras transmite valores y, si estos son universales, es más fácil llegar a un numeroso público.

Aunque he de reconocer que a la hora de enfrentarse a la hoja en blanco, no siempre esa es la pretensión. Cuestión distinta es la influencia de política comercial de las editoriales y las formas de publicidad, que ejercen una gran presión sobre los escritores en la actualidad.

¿Transmitir emociones al lector es el gran reto o hay algo más?

En mi opinión, el primer objetivo que debe tener un escritor es el de entretener y captar la atención del lector. En un escalón superior, el objetivo irrenunciable debe ser el de emocionar. Además, para mí existe un tercer objetivo complementario, que se relaciona con el ofrecimiento de nuevos puntos de vista, de conocimiento, aportando fondo y trasfondo a la obra.

¿Qué importancia tienen los premios en la carrera de un escritor?

El mundo de la literatura es hoy en día complejo, al combinar aspectos creativos y comerciales en una extraña mezcla en la que la calidad de la escritura y la amenidad de la obra no siempre alcanzan el equilibrio con la debida promoción publicitaria.

El que comienza en este mundo aborda una carrera de larga distancia, en la que el pundonor, la perseverancia y el aprendizaje continuo son decisivos. Es conveniente iniciarse con metas pequeñas, para avanzar progresivamente en ambición y recursos.

En este contexto, los premios son surtidores de ilusión. El escritor que empieza se halla ante su particular travesía del desierto y el premio es un oasis donde pararse a beber y cobrar nuevos bríos.

¿En qué nueva aventura se encuentra?

Actualmente trabajo en un volumen de relatos, Diario de ausencias y acomodos, y en la novela Nadie muere en Zanzíbar, que narra la vida de un erudito que nace en Sevilla en el año 1900 y abandona España al final de la Guerra Civil, camino de Francia. Ambos libros saldrán a la luz, muy probablemente, durante el segundo semestre de este mismo año.