Hace un par de años me topé con un artículo que abordaba el éxito de un gorila que pasaba sus días en un parque zoológico de Japón. Había nacido en Holanda, vivió la infancia en Australia y llevaba 8 años en Nagoya. En ese momento no alcanzaba la veintena y podría decirse que se hallaba en su apogeo  de su sexualidad.

El éxito no se debía a su condición de gorila, ya de por sí estimable. Los gorilas son los primates de mayor tamaño y, desde luego, los más señoriales (RAE, acepción 3: majestuoso, noble). Se debía a la atracción que despertaba entre las visitantes del zoo. Shabani, que así se llamaba y espero que siga llamándose, era tenido por «ikumen», físicamente envidiable. O sea, guapo.

Pero lo mejor de todo es que, en opinión de sus muchos fanes, Shabani lo sabía. Era consciente de su indudable sex appeal y lo potenciaba con poses en las que, como mínimo, parecía hacerse «el interesante». Y lo lograba, faltaría más.

Contornos ( ) Shabani 3

Un dicho muy extendido en África viene a señalar que los gorilas callan para que no los pongan a trabajar. La humanidad del gorila. La vanidad del gorila, tan humana, en el caso de  Shabani.

¿Y a santo de qué este discurso? Bueno, aduciré que cualquiera que me conozca ha oído hablar de mi admiración por los gorilas, incluso por los más presuntuosos. Pero la verdad es que el recuerdo de Shabani me ha asaltado mientras contemplaba una fotografía. Tomada por Jo-Anne McArthur en Camerún, ha sido valorada como la mejor por el público del certamen Wildlife Photographer of the Year, que organiza cada año el Museo de Historia Natural de Londres.

Contornos ( ) Rescate de Pikin

Esta instantánea recoge el abrazo entre la gorila Pikin, recién rescatada de las «garras» de unos desalmados, y su cuidador. Pikin se muestra segura, confortada; su amigo es feliz teniéndola encima, pegada a él. La humanidad del gorila. La humanidad de las personas de bien.