A nadie puede sorprender mi afición por las librerías y las bibliotecas. Cuantos más libros, mejor. Librerías lisboetas, librerías bonaerenses, bibliotecas de medio mundo. O del mundo entero.

Y, si al mundo entero nos referimos, hay que mencionar una que tiene pocos meses de vida. Apenas un bebé con sólo doscientos mil ejemplares en sus fondos. La biblioteca  Tianjin Binhai, situada a 120 km al sudeste de Pekín. Diseñada por el estudio holandés MVRDV, es uno de esos espacios que necesariamente provocan nuestro asombro.

 

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Pero, si os fijáis bien, se descubre cómo las redes sociales y sus usos de la fotografía pueden confundir al más pintado. Desde su inauguración, esta biblioteca atrajo por su grandiosidad, sus formas extraordinarias y sus perspectivas magníficas. Las imágenes son elocuentes. Con todo, no es eso lo más importante cuando de libros hablamos.

Lo que se aprecia en las vistas generales es un inmenso trompe l’oeil, un trampantojo. No son libros todo lo que reluce, sino planchas de aluminio grabadas según una secuencia fija, de modo que se repiten los cantos cien y mil veces. Los volúmenes se conservan en salas más convencionales, de modo que las escalinatas son deliciosos caramelos para seducir a potenciales lectores.

Pero, apostillo, que nadie trate de percibir un tufillo crítico en esta entrada. Cualquier anzuelo es bueno si de ganar visitantes en la noble casa (causa) de los libros se trata. Aunque tengas que gastar millones de euros para lograrlo.