«Ayer será, lo que ha sido mañana. Nuestras historias de hoy no tienen que haber sucedido ahora. Ésta comenzó hace más de trescientos años. Otras historias también. Desde tan lejos viene cualquier historia, que tenga lugar en Alemania».
Si Günter Grass sólo hubiese escrito Encuentro en Telgte, tendría mi admiración. Aunque sembrase la polémica cada vez que abría la boca, tendría mi admiración. Si, además, lleva su firma la novela titulada El tambor de hojalata, habré de perdonar cualquier tontería que hubiese pronunciado en cualquier rincón de esta Tierra achatada por los polos y ensanchada por el ecuador.
Günter Grass ha muerto a los 87 años. Publicó El tambor en 1959. Encuentro en Telgte vio la luz veinte años después. ¿Qué hizo desde 1979 para cubrir su adicción a la letra impresa? Escribir. ¿Qué siente el autor que sabe que lo mejor de su obra quedó atrás? Que no escribe para la posteridad que busca con ahínco el novel, sino para acallar la voz que le susurra que deje de holgazanear y tome la gubia con la que labra la madera de la creación. Grass es el mejor ejemplo.
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