Ayer, sábado de abril, pasó a mejor vida Leandro Barbieri. Muchos jóvenes ignorarán la noticia porque ni siquiera saben que Barbieri, alias Gato, era músico. Saxofonista y compositor. Tenía más de ochenta años, se encontraba en la inexcusable decadencia física, no sacaba una obra desde hacía más de una década… Da igual que publicase más de treinta discos, que ofreciese un sonido original, distinto e inconfundible, donde la palabra «jazz» se aunaba, sin dolor, con esa vasta región de músicas que es Sudamérica. No era, como se dice hoy en día, un artista mediático.
Muchos de esos mismos jóvenes desconocen, culpablemente, el verdadero significado de la película El último tango en París. Han oído hablar de alguna escena escabrosa, de la fama que alcanzó en una época en que películas singulares se proyectaban en salas que llamaban «de arte y ensayo». Bernardo Bertolucci ensayó una forma de arte yendo más allá de las imágenes que representan todos esos fotogramas que pasan por delante de nuestros ojos como centellas para crear una forma de expresión que invadía, con tanto acierto, la literatura.
Hubo un tiempo en que Gato Barbieri sí era mediático. El último tango vio la luz en 1972. Él había compuesto la música y tocado sus temas. Y su trabajo encajaba como un guante en el guión de Bertolucci y Arcalli, en la fotografía de Storaro y la interpretación de Brando, creando una de las más rotundas bandas sonoras de la historia del cine. Fue encumbrado y pudo convertir en disco lo que le vino en gana. Conoció la fama en grado superlativo.
Nada de eso, sin embargo, debió importarle mientras se dirigía a tocar, por última vez, en el club Blue Note de Nueva York. Fue el 23 de noviembre del año pasado.
Murió de neumonía, haciendo honor a sus pulmones de gran soplador. «Hoy hemos perdido a un icono, a un pionero y a un amigo querido», dijo el club en un comunicado. Muchos jóvenes no se han enterado ni se enterarán. Y qué importa. Algún día serán calvos, divorciadas o presidirán un consejo de administración. Por casualidad, en medio de un cóctel, oirán unas notas que se aferrarán a sus entrañas, activándoles ese órgano atrofiado del que nace el sentimiento. Preguntarán por eso que suena.
Es Gato, les contestarán. Entonces, y sólo entonces, estarán preparados para ver y escuchar El último tango. Nunca es tarde para vivir esa experiencia.
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