Tras hincarle el diente a De lo visible y lo invisible, ofreciendo una reseña verdaderamente generosa que activó mi fibra sensible en uno de sus pasajes
«Fernando García Calderón ha creado unos personajes
que hacen que la novela sea tan buena»,
la web Anika entre libros —y en particular Ysabel M.— ha vuelto a dedicar tiempo, empeño y reseña a otra de nuestras obras.
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He de destacar una particularidad que me ha sorprendido. Ysabel compara en dos ocasiones ambas novelas. Al principio me costó entender qué argumentos habían impulsado tal ejercicio, siendo como son dos obras tan diferentes. Leí y releí el texto, para percatarme de algo que ella destaca como una cabecera: su opinión.
Todas las reseñas son subjetivas, evidentemente, pero con mucha frecuencia sus autores las revisten del tono y el contenido que permitan el salto del «yo» al «nosotros». En este caso, no es así. Ysabel nos proporciona un conjunto de consideraciones bajo el paraguas de un título que no admite duda: «Opinión».
Sólo desde esa perspectiva, puedo explicarme que dos obras tan diferentes en extensión, propósito, estructura, argumento, personajes, estilo, ritmo y tono sean comparadas. Probablemente, Ysabel ha querido remarcar las sensaciones que esta novela, más intimista, le generan. Siendo la reseña anterior tan elogiosa y, aparentemente, taxativa, ahora refuerza su opinión mediante dos frases que no admiten comentario:
- Esta novela corta que le ha publicado la editorial Alfar me ha parecido más buena.
- Y, como ya he dicho antes, creo que es mucho mejor que la anterior.
Pero no os preocupéis, no he escrito estas líneas para vanagloriarme en la conclusión con un pensamiento del estilo de «si aquélla era buena en palabras de la firmante de la reseña —insisto en que me ha gustado mucho. Es una novela muy completa y da gusto leer a su autor. Yo la recomiendo sin duda alguna—, ésta debe ser la leche». Lo he hecho porque, así lo entiendo, merece la pena reflexionar sobre lo que significa el gusto en el acto de leer.
Solemos asociar un «me gusta, me dice algo, me conmueve» con la bondad, la calidad del texto. Y, sabéis qué, el resultado de esta reflexión me sugiere que así debe ser. Pasar del reconocimiento de la obra bien hecha a la consideración de muy buena no supone subir un peldaño en la escala subjetiva con que medimos nuestro recuerdo, nuestro regusto en el paladar. Es un auténtico salto que no se apoya, para tomar impulso, en los parámetros técnicos al uso. Lo hace desde esa víscera virtual, resbaladiza y potente, que asociamos al corazón y que llamamos sentimiento.
Vaya por delante mi gratitud por el esfuerzo realizado por Ysabel con estas dos novelas mías. Quiero pensar que, para ella, fue más placer que reto. Os dejo el enlace a su amable texto.
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