La primera vez que leí un artículo de Lobo Antunes sentí una afinidad desconocida. No suelo identificarme con escritores ni personajes, aunque cuando me ocurre lo vivo con no poca intensidad. Ha habido textos publicados en prensa que me han gustado. Incluso he recomendado desde esta sección la lectura de alguno. Pero éste del que hoy hablo supera con mucho percepciones anteriores.

Se trata de un artículo perteneciente al Babelia del 27 de septiembre pasado. Su título: Epístola de San António Lobo Antunes a los lectores. Debió caer en mis manos a mediados de diciembre, en el peor momento de mi baja médica. Allí estaban, como en una alucinación febril, los principios y angustias que han regido mi vida desde hace tantos años que pienso que nací con esas taras. La química del cerebro, se supone. La mala sombra de El País.com —la ocurrencia de cobrar por las consultas a su archivo— me priva de ofrecer la dirección electrónica donde gozarlo. Basten, como muestra, las siguientes perlas de la joya:

  • La expresión lucha contra el tiempo, ese lugar común horrible, define, con toda su vulgaridad, lo que ha llegado a ser mi vida.
  • Para mí está muy claro que tengo los días contados y que los días son demasiado pocos para lo que tengo que escribir.
  • Escribir es una ocupación que asocio muy raras veces con el placer.
  • Si me fuese posible hablar de un libro, no sería necesario escribirlo.
  • Hace unos días, en la primera versión de un capítulo, comencé a llorar mientras escribía (…) Nunca me había ocurrido antes y dudo que me vuelva a ocurrir. Pero fue un momento único, de felicidad total (…) Son momentos así los que persigo desde que hacia los doce o trece años me vino la certeza fulminante de mi destino.
  • Dios mío, dame tiempo. Dame dos, tres, cuatro novelas más (…) Dame el poder de (…) seguir siendo como el pintor Bonnard, que visitaba los museos con una pequeña cartera y, cuando pillaba al guardián distraído, sacaba un pincel de la cartera y retocaba sus cuadros.

Lobo Antunes acaba el artículo reconociendo que dará la impresión de que su vida es un tormento y una carga. Pero es, afirma con una imagen poética y sensual, todo lo contrario. Leyéndome así, a través de las palabras de otro autor, encuentro el alivio de saber que mi lucha no es la única lucha. Hay otros sísifos que bregan en la noche, sacando de unas teclas hostiles letras que vuelven a rodar cuesta abajo con las primeras luces del día.

Qué puede importar la derrota, tantas derrotas, si de tarde en tarde llega ese momento sublime en que te levantas, tomas la hoja de papel, la lees y una sonrisa se dibuja en tu rostro desfigurado por la tensión. Gracias, amigo Lobo, por ahorrarme explicaciones. No tengo tiempo que perder dándolas.