• Título               La mujer zurda
  • Autor               Peter Handke
  • Traductor     Eustaquio Barjau
  • Editorial         Alianza Editorial (Biblioteca de autor. El libro de bolsillo), Madrid
  • 1ª edición      Septiembre de 2006
  • Nº páginas    120
  • PVP                   6 euros                                                       © Fernando García Calderón

 

Contornos (054) Handke

 

El “descubrimiento” de un libro, de un autor, produce una alegría singular, justificando la ilusión de la lectura. Pero ¿qué hay del retorno a uno que lo fue todo para nosotros?

Hubo un tiempo en que el escritor y polemista Peter Handke era sólo un escritor. Al menos para muchos de los que se bebían sus obras. Me remonto hasta los años 70 y 80 del pasado siglo, cuando la Tierra giraba a otra velocidad y no existían los blogs. Casi nada. En aquella lejana Europa, Peter Handke publi­có El miedo del portero al penalty (1970; Alfaguara, 1979), Carta breve para un largo adiós (1972; Alianza Tres, 1976), Desgracia indeseada (1972; Barral Editores, 1975), El momento de la sensa­ción verdadera (1975; Alfaguara, 1981) y La mujer zurda (1976; Alianza Tres, 1979). Dio que hablar en una España que se desperezaba tras la pesadilla. Llegaron las películas en las que colaboró con Wim Wenders y se convirtió en eso que llaman autor de culto. O sea, un autor alabado por un puñado (aunque a veces el puño crezca hasta la desmesura) de seguidores y fanáticos.

El que ahora escribe fue uno de esos seguidores. Me enamoré del comienzo y del final de El miedo del portero al penalty y ya no me importaron las 137 páginas que quedaban en medio. Peter Handke entraba en mi particular parnaso, arrojaba las cítaras y los laureles por la ventana, y se acomodaba en el lecho de Melpómene, Talía y Erato sin afrodisiaco alguno del que valerse. Con La mujer zurda concluyó aquel periodo de exaltación de los dioses de la nueva lengua germana (otro Peter, Weiss, y Heinrich Böll completaban la extraña trinidad que mi buena fe había ideado). Aquel libro se me incrustó en un espacio indefinido que tenía por límites el bulbo raquídeo y el diafragma, punzando las sienes y el corazón, creciendo como el mejor cáncer, como el peor soufflé. La edición que ha visto la luz recientemente en esta bonita colección de bolsillo es la misma traducción de entonces.

Confieso ahora que elegí esta lectura con un doble afán: hablaros de la novela y transmitiros las impresiones literarias que, con los antecedentes indicados, causaba en mí el viaje a un tiempo que embalsamé con cariño. Un experimento, vamos, en vivo y en directo. Empiezo, pues, sin mar­car un punto y aparte, con determinación: La mujer zurda es una obra mal escrita. Desali­ñada, con un armazón endeble y unos personajes secundarios dibujados con un carboncillo grueso como un trozo de paloduz, sin un buen inicio y sin un remate que exalte los sentidos. ¿Por qué? Porque es fruto de una “sofisticada” manera de entender el relato. Handke trabaja y trabaja más allá de la búsqueda de la naturalidad, de la búsqueda del mérito de llamarse escritor. Ninguna de sus frases figurará en una antología por su calidad formal, ninguna destaca por su belleza. Sería más bien un guionista; un guionista al que no le interesara la literatura ni el cine. Sólo le interesa meternos en la cabeza un sentimiento. Y, en su herculana labor, pretende hacerlo sin hablar de ideas, sin hablar de las clásicas intimidades que tocan la conciencia o el lagrimal. El verbo mirar, la rutina raramente profanada, unos paisajes y unos objetos bastan. Las refe­ren­cias temporales tampoco importan. El uso del pretérito imperfecto permite saltar de escena en escena, sin que sepamos cuanto tiempo transcurre entre éstas. ¿Para qué? Para ais­larnos del mundo exterior, para meternos en la piel de la protagonista o del cámara que la sigue con la frialdad del que acude al suceso y no echa una mano para salvar una vida porque lo relevante es que los espectadores sepan qué ocurre y cómo se muere. Leed las páginas 59, 60 y 61 de este libro. ¿Habéis sentido alguna vez agorafobia? La sentiréis, os lo aseguro.

Esa escritura recibió todo género de calificativos: neocínica, desalienada, observacional. Más de un crítico diría hoy que es artificiosa, que carece de ritmo, que se ven la tramoya y el tramoyista, que está pasada de moda. Seguramente tendrá razón. Pero, con todo, merece la pena leer La mujer zurda. Merece la pena conocer a esta Marianne que no es diestra (tampoco siniestra, que conste). Merece la pena acercarse a esta persona. Ahí reside el valor de la obra, y el de tantas otras obras de este autor. No dibuja personajes, no construye héroes. Presenta personas, de carne y hueso, y pocos lo igualarán en esas lides. Algo tan sobresaliente que se constituye en la esencia misma de la literatura. Historias y personas, no hay más.

 

 

Dato obligado: Handke llevó a la pantalla su novela en 1978. Edith Clever y Bruno Ganz fueron sus protagonistas.

Zurrón de enlaces (en alemán): http://www.tour-literatur.de/Links/links_autoren/handke_links.htm

Apostilla final: Sé que dejo sin respuesta la primera de las preguntas que formulé, la más íntima. ¿Qué sentimiento prevalece, tras tantos años, ante un libro que marcó nuestra biografía? ¿Cabe el desencanto? ¿Gana siempre el recuerdo? Mejor contestación que la mía será la de Hilario J. Rodríguez, que construyó Babel para expresarlo.

http://latormentaenunvaso.blogspot.com/2007/02/la-mujer-zurda-peter-handke.html