El ser humano es sedentario por naturaleza. Una afirmación que cae por su peso cuando nos embarcamos en un cambio de morada. Bastarán unos días de organización de los enseres y de revisión de cajones y estanterías para empezar a sentirnos desubicados, irritables, hasta arrepentidos. Con las uñas negras por el polvo y la cabeza aturdida por el volumen a trasladar, el plan de partida nos parece una insensatez de marca mayor.
Imaginemos ahora que hablamos de un señor que podría pintar canas si quisiese, escritor con miles de libros y miles de folios, que pisa el mismo suelo de parqué desgraciado desde hace treinta años, medio autista, enemigo de los cataclismos que suponen un retraso de minutos en el aseo, la alimentación o la escritura. El drama está esbozado. Con semejante planteamiento, la novela caerá en el nudo gordiano de la desesperación, alcanzando un desenlace con úlcera gástrica y crisis existencial.
Pensemos, sin embargo, que el sujeto se encuentra en una de esas encalmadas creativas que le vuelven reflexivo en exceso. Dedica entonces su perspicacia a percatarse de las trastadas que el prójimo realiza con naturalidad, perjudicándolo. Un compañero de profesión que, tras años de amistad, sale una buena noche por peteneras, descubriéndose como un ingrato dispuesto a jugársela a su misma madre. Un familiar que le revela un secreto engorroso, que hubiera preferido desconocer. Un editor que ignora, culpablemente, sus importantes mensajes. Hasta alguien que nunca padeció la crisis de los treinta, o de los cuarenta, necesita un aliciente de cuando en cuando. Y qué mejor aliciente que cambiar de rutina y de paisaje.
¿No será acaso que el hombre es sustancialmente nómada y fue domesticado por su circunstancia? Porque, si acierta a quitarse la porquería de las uñas y desprecia la mayoría de esos objetos que realmente no son su vida, vivirá la ilusión de ser el mismo y otro a la vez, sin el peligro de la tan cacareada bipolaridad que los psicólogos y psiquiatras nos venden hoy en día.
Hace unas semanas colgué el cartel de cerrado por mudanza hasta nuevo aviso. Ahora soy un caracol con la casa a cuestas, sin mala baba.
Comentarios