Joan Colom ha muerto hoy, a la edad de 96 años.
Para quienes no sepan de él, diré que Colom es el fotógrafo de mis fantasías literarias juveniles, siempre aferradas a una España en blanco y negro, de sórdidas presencias callejeras.
Para los que sí han oído o admirado a Colom, manifestaré que es el mejor fotógrafo español de todos los tiempos. Y puedo ir más lejos, sin exagerar ni esto, para afirmar que es el autor de los más deliciosos retratos de culos femeninos que se hayan capturado con una cámara.
Lo curioso es que, como tantos otros artistas y escritores, vivió dos vidas. En su caso, la de contable en una empresa textil y la de testigo clandestino de los barrios desfavorecidos de Barcelona. Se paseaba con la cámara camuflada, a la búsqueda de la instantánea que expresase verdades. Sus planos en contrapicado son la mejor prueba de una realidad que rebasaba el criterio estético para alcanzar el apelativo de testimonio. De ahí las imágenes de faldas de tubo, ajustadas, que excitarían el sueño de una generación.
Él jamás se toparía con este tímido relator, pero una de mis obras lo tiene muy presente: Como en alguna parte debió suceder, a la muerte de Davis. Gracias, Joan, por enseñarme lo que la distancia y mi corto afán de aventura podrían haberme ocultado sin remedio.
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