En ocasiones me han preguntado qué opinaba de las (género habitual) agentes literarias.

 

El escritor agudo siempre responde que son “un mal necesario”. Hoy, por razones que enseguida entenderéis, dejo atrás la agudeza y me pronuncio con sinceridad: algunas son totalmente imprescindibles.

Durante los últimos años he convivido, en literaria armonía, con Sandra. La conocí en el otoño del redondo 2000, gracias a mi buena amiga Care Santos. Enseguida congeniamos. Ambos mostrábamos empuje, convicción, fe en lo que hacíamos. Fue fácil.

Con ella comencé a conocer el variopinto, a veces extravagante, a ratos maravilloso y, por qué no decirlo, también puñetero mercado editorial. Con ella aprendí a distinguir unos editores de otros, separando el grano de la paja. Con ella, en definitiva, me hice mayor.

Sentimental como no suelo ser, llegado el momento de la separación no quiero despedirme sin más. Los caminos se separan por coyunturas inexcusables, pero no las percepciones y los recuerdos que quedan alojados en el corazón y la memoria. Gracias, Sandra amiga, y hasta siempre.