“El cubano Antonio Carballo ha ganado por unanimidad el II Premio Mario Lacruz de Novela con la obra Adiós, cosmonauta, que se publicará en primavera en la editorial Funambulista” (Barcelona, 10 de noviembre 2006, Europa Press).

¿Otra noticia más de premios literarios? No… para quien esto redacta.

Antonio Carballo, nieto de gallegos emigrados a Cuba, nació en 1954 en un pequeño pueblo del oriente de la perla caribeña. Licenciado en Economía, en el glorioso año 2003 decidió abandonar la profesión y cambiar números por letras.

Antonio Carballo es ganador del premio Jara Carrillo en la modalidad de cuento con Mercedes versus nadie.

La inefable María José Gómez Guillén, la bibliotecaria soñada por Borges y nunca descrita, la Literatura hecha ser humano, me habló de él. Tuve la fortuna de leer Miserias escogidas —su primer libro, premio internacional de cuentos Manuel Llano 2004—. Me bebí dos novelas suyas, inéditas. Vaticiné —ahora me toca sacar pecho y presumir— y acerté. Claro que la bendita bibliotecaria apuntó y dio en el blanco primero.

He cruzado un puñado de líneas de correo electrónico con Carballo. Conozco su pasión, su arrojo, el latido incesante de las palabras en sus sienes. Conozco lo que siente cuando se planta delante de las teclas. Conozco cuanto sufre y cuanto goza. Cuándo le falta el aire y cuándo se marea porque le entró demasiado en los pulmones.

No, no somos siameses. Somos escritores.

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Adiós, cosmonauta

(Sinopsis proporcionada por el propio autor)

Bajo la égida de la conquista espacial, viene al mundo en un pequeño pueblo de Rusia el protagonista de Adiós, cosmonauta: el día exacto del lanzamiento al cosmos de la Spútnik-1. Éste suceso, su físico portentoso, y un carácter críticamente propenso a las fantasías gloriosas lo colocan en la senda fatal de la autodestrucción.

Sus iniciales deseos de escapar de la asfixiante mediocridad pueblerina, y un sentido absolutamente ingenuo de las verdaderas circunstancias que rodean sus esfuerzos personales, lo conducirán una y otra vez, ciegamente, en la dirección equivocada. Ningún obstáculo, ninguna señal de la sordidez que germina a su lado, ni las tentaciones mundanas que rara vez se le ofrecen consiguen que Alexei Konstantinovich, el cosmonauta, el Dios ruso, se detenga a reflexionar hasta dónde pudieran conducir sus pasos.

Tras esa historia de inmolación personal, se despliega una absurda realidad erosionada por falsedades e imposiciones inauditas, el entramado vacilante de un gigantesco imperio que sucumbe a sus propias dobleces y a la incapacidad de librarse de su podredumbre sin hacerlo al mismo tiempo de sus más lozanos frutos.

Intrigas lunáticas, hombres sin rostro posible, espías ciegos, y una demencial beodez que parece arrasarlo todo, coexisten en ciudades sin nombre ni rótulo en los mapas escolares. Los militares  que se adiestran en esos enclaves secretos para una guerra que bien podía extinguir finalmente al género humano, viven en ellos como sombras sin pasado que se alargan hasta oscurecerlo todo.

Una historia ebria de tanta insensatez y despropósitos que nos deja el estupor de una última pregunta: ¿puede esto ser realidad?