Pon un tren en tu vida

Atribuyen al dramaturgo galo Francis de Croisset la sentencia más repetida sobre el viaje y los libros: «La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren».

Desafortunada, ¿verdad? La lectura como recurso del pobre al que el dinero, la salud o las condiciones de vida no le alcanzan para coger un tren y ver mundo. Los ricos sanos y carentes de ataduras se ahorran los libros. ¿Para qué van a leer si pueden dedicarse a viajar? Así debió ser en los comienzos del siglo XX que conoció De Croisset.

Hoy en día las posibilidades de viajar, no sólo en tren, se han multiplicado ostensiblemente. Mayores opciones de destino, superiores velocidades, costes más asequibles… Gastamos nuestro dinero en conocer otros lugares y renegamos del precio del libro. Nos decantamos por actuar como el rico del francés, que, hablando de todo un poco, tituló en 1930 una de sus obras Tuvimos un viaje encantador, Grasset. Y se trataba, nada más y nada menos, que de un viaje a la India.

El tren representa imágenes socorridas. El tren de la felicidad, el tren de la vida, el tren de… las ocasiones ganadas o perdidas. Uso esas expresiones, como todos, pero si tuviera que quedarme con una frase que incluya la palabra tren y posea un significado especial me quedaría con la siguiente.

Hay personas por las que perderías todos los trenes del mundo con tal de quedarte un ratito más

El acierto no es mío. Ni siquiera sé a quién atribuírselo. Me topé con esta sencilla muestra de afecto por casualidad, en una pared de una estación.

Los trenes de mi infancia eran evocadores. La literatura española está plagada de escenas de trenes. Cuando un trayecto de larga distancia podía durar sus buenas siete horas, se fomentaba el contacto visual, verbal y hasta táctil. El roce hacía el cariño. El viaje se convertía, automáticamente, en aventura. Y, en el peor de los casos, daba para tragarse una novela de mediano tamaño. Es decir, el rico y el pobre cubrían sus necesidades simultáneamente. Uno, en asiento de primera; el otro, en el más barato que hubiese. Llegué a conocer lo que de bueno y malo tenía un vagón de tercera.

Hoy el tiempo es oro y nuestra red ferroviaria se configura al son de una política de integración de los territorios que minimiza la velocidad comercial de las circulaciones. La alta prestación llega a un montón de ciudades y la aventura queda reducida a un viaje de tres letras: AVE. Las lecturas se cuentan por páginas y no por capítulos. Con todo, la estampa del tren sigue atrayendo a niños y mayores.

Contornos (114) Nido del AVE en Atocha

Contornos (114) Avant y andenes de Puerta de Atocha

Contornos (114) Salida de Avant de Puerta de Atocha

 

 

 

 

Contornos (114) Altaria entrando en Puerta de Atocha

Contornos (114) Principe Pio Anden 1

Contornos (114) Ave en Puerta de Atocha

 

 

 

 

Si pincháis en las imágenes, podréis apreciarlas en todo su esplendor. Ponga un tren en su vida, celebre el safari  (viaje, en swahili) y lea sin recato, parecen sugerir. Si, además, prestáis atención a los detalles, observaréis que no hay cámara fotográfica que sea capaz de plasmarlas.

José Miguel Palacio es su pintor. Viajó por esos lienzos con la minuciosidad y entrega de los grandes exploradores de finales del XIX, depositando pinceladas en cada estación de su arduo trayecto. Él simboliza mejor que nadie la fuerza de los trenes, sus trenes. Nuestros trenes. Pon uno de éstos en tu vida y relájate con su contemplación pausada, sin la prisa por partir. No hace falta pagar el billete ni leer un libro para disfrutar de la imaginación. Hasta podrías, llegado el caso,  perderlo y quedarte un ratito más con quien tú deseas.

1 Comentario

  1. Me gusta tu entrada y me gusta el pintor. No lo conocia. Vaya trenes y vaya estaciones. Es hiper-hiper-realista.

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