El vuelo de los halcones en la noche
Sinopsis
El vuelo de los halcones en la noche narra la historia de una mujer que, al filo de una madurez insatisfecha, quema sus naves y se arroja en brazos de un amor extemporáneo.
Inspirada libremente en los cuadros del pintor Edward Hopper, el autor liquida una cuenta pendiente con éste por unas imágenes que le han servido de constante estímulo.
Fragmento del libro
Recobré la estabilidad, con ayuda. La patrona de mi pensión es una puertorriqueña que cantaba boleros en sus años mozos. Conserva de entonces la salud, la alegría irreductible y una garganta masculina destilada en el alcohol de cien mil licores. Es una mujer inteligente, afectuosa a su manera. Me cuidó cuando aún llevaba la tristeza adherida a las facciones. Ahora hace la vista gorda más de una madrugada. Procuro no enfollonar. Duermo, me aseo, desayuno y lavo la ropa. Nunca ceno allí. El mes pasado conocí a un curioso español que patea América en busca de un director de películas. Todo un personaje, atento, elocuente y amigo de escuchar lo que los demás opinan. Su alcoba y la mía comparten un tabique de rasilla y una puerta clausurada. El insomnio nos acercó. Mis confidencias le parecieron argumento sobrado para un libro. Me asesorará hasta que emprenda viaje a California. Juntos modelamos mi historia, rebozados en el barro de una lascivia pueril que recupero periódicamente, cuando me siento en este tranquilo bar y me pongo a rellenar cuartillas con escenas robadas a la memoria. Mi pequeño tratado, pleitesía a la virilidad y otras lindezas. Te imaginas si llegara a publicarse.
Un sabio dijo que el amor es como los columpios. Casi siempre empieza siendo diversión y casi siempre acaba dando náuseas. Casi siempre. Una vez que probaste, con éxito, te revuelves. Abominas del corsé que la educación de tus mayores te ató sin miramiento al vientre. Te recreas en esos momentos en que te eriges en cazadora y presa, dueña y esclava, criatura del averno y visitante de los mejores cielos. La más leve caricia te inflama. El calor te recorre, como una culebrina, socavando tu percepción. Hasta notas cómo la habitación gira, cómo se balancea la lámpara, cómo el espejismo se planta ante tus ojos, trayéndote una figura pretérita, un cataclismo doméstico, una visión de ese porvenir que acecha. Son destellos físicos. Remolino, punzada, seda, jabón, cirro, ciénaga, salitre, desplome. Una grieta en el rincón del techo que derriba las paredes, exponiéndote a la contemplación sin que por ello mengüe tu ansia de seguir apretándote contra ese ángel vecino, tan íntimo y extraño al tiempo. Desearías que te abrazase más, que vuestros corazones se fundiesen en un mismo latido, que el aire de vuestra inspiración fuese el mismo aire, que la sangre se mezclase en un solo circuito de venas y arterias. Que su estallido fecundo alcanzase, en su cenit, la pulsión de tu propio placer derramado.
Pero… ¿puede perdurar este estado? ¿Puede ser, te pregunto, como la hormiga insistente en su tarea, o debe ceñirse a la condición de mariposa que deslumbra y muere? Si extravías el sentido más común, si rebasas la frontera de la sumisión, te condenas irremisiblemente. El ángel muta en diablo. Te tentaron, te utilizaron, lloras con la cabeza gacha mientras lees una misiva de adiós. Adiós, amor que asolaste mi cuerpo.
Lo que nos frena es aceptar el error, asumir la estupidez, aprender de tanta dicha y amargura como se marchó por el desagüe. La dificultad para abordar a uno de esos prójimos anónimos y contarle tu odisea con pelos y señales, cerciorándote de que la infección ha cesado. Habrás de recurrir con deliberada sonrisa de pánfila al famoso refrán no hay mal que por bien no venga para justificar tanta derrota.
Qué diferencia entre aquella Jo y ésta, ¿verdad? Hombres. Muchos pasan por la sala. El cine es un discreto punto de encuentro. Los cito a la salida, en la esquina del callejón. Todos son iguales y todos divergen en pequeños detalles que les dan carácter, que me resultan atractivos. No soy exigente. Tampoco ellos. Los seduce mi descaro al pedir la propina, mi desparpajo hablando con los militares pelmazos, el toque femenino de la cabellera cobriza contrastando con la rigidez del uniforme. Visto pantalones, pero ya no me oculto tras su tela. Marco mi territorio, como avezado depredador. Elogian mi voz sin recato, mi destreza, la naturalidad con que entrego y recibo placer. Es un contrato verbal, querido, respondo yo con ironía. Tú ganas, yo gano. Algún deslenguado se atreve a insinuar que pagaría por acostarse de nuevo conmigo. Yo, en cambio, no pagaría por hacerlo contigo, contesto. Rara vez repito. Tengo donde elegir. Los miedos de la decadencia quedaron atrás. Ahora sé que aunque envejezca siempre habrá un necesitado al que halague el requiebro obsceno de mis labios, la generosidad de mis extremidades, de mis pechos, de mi boca. Armas universales, de adolescente pícara, de casadera licenciosa, de esposa desinhibida, de cortesana lisonjera y de mustia arpía.
A la larga, con regusto en el paladar, descubrimos que la vida es una continua espera. Esperamos de nosotros grandes obras, grandes proezas. Esperamos también de los demás. Apasionamiento, afecto perpetuo, belleza, ternura, dedicación. Si en el camino tropiezas, un simple golpe en la muñeca puede estropear tu reloj. Pierdes la medida del tiempo, la magnitud de esa espera que idealizaste. Te cansas. Es entonces cuando aceptas lo que te rodea y restauras tu existencia prescindiendo de los milagros. Se inicia, entonces, un nuevo periplo, arduo, inexcusable, sin término, que te acerca paulatinamente al discernimiento intuitivo de los animales. Gusano, cucaracha, rata, perro, caballo… Progresas, en una evolución que despertaría la envidia del mismísimo Darwin. El don de la metamorfosis. Y, al fin, voluntariosa, te aventuras a arrojarte desde la atalaya. Te elevas como el ave rapaz. Débil, planeas hasta alcanzar la madurez que te corona rey de tu corto cielo.
Comentarios del autor
Jo, la heroína de El vuelo, sintetiza el espíritu de muchos de los escritores que he conocido en pequeñas poblaciones de toda España, abriéndose paso a través de concursos literarios modestos.
Jo, a la que traté de dotar de la sabiduría de mi propia abuela, sintetiza el espíritu de muchos de nosotros, escritores o no.
Publicaciones
Excmo. Ayuntamiento de Toledo, 1998. ISBN 84-87515-43-6.
Concejalía de Cultura.
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