El vuelo de los halcones en la noche
[versión 2018]
Sinopsis
El vuelo de los halcones en la noche es la historia de una mujer que ha menguado su nombre hasta reducirlo a una interjección: Jo. La historia de una mujer que, al filo de una madurez insatisfecha, quema sus naves y se arroja en brazos de un amor extemporáneo. La historia de una mujer digna.
Inspirada libremente en cuadros del pintor Edward Hopper, esta novela rinde homenaje a su personal visión del ser humano y a una época que no regresará.
Fernando García Calderón obtuvo con esta ópera prima el premio de novela corta Félix Urabayen en su edición vigésima tercera.
Fragmento del libro
Soy un empleado modesto de una editorial. Mi nombre poco importa en esta historia. Hace ahora un año entré en un café de Nueva York, el Phillies, uno de cristalera imponente, y fui a sentarme junto a una carpeta negra, de cartón, de esas que tienen lazos para evitar que los papeles se salgan. Sobre una etiqueta mal pegada, con nerviosa letra de mujer, destacaba un título y una dedicatoria —así lo creí—: El vuelo de los halcones en la noche; a Jo.
La espera resultó infructuosa y, movido más por la búsqueda de unas señas que por la curiosidad, decidí abrir la carpeta. Dentro había una novela que aquella misma madrugada leí a trompicones, en la soledad de mi habitación de hotel. Nueva York es una ciudad excesiva que a mí me cansa enormemente. Dicen que nació para ser el ombligo del mundo, que el germen de la civilización moderna florece en sus avenidas. No deja por ello de parecerme la locura de unos arribistas a los que debieron picar los insectos del río Hudson. Mi estancia la originaban razones laborales, ingratas por demás.
Acabé enganchado, no sé si a la obra o a lo que detrás de sus páginas podía esconderse. Las preguntas silbaban a mi alrededor como balas de una guerra de la que me libré por corto de vista. Con actitud profesional, intenté identificar eso que llaman esencia de la novela y que mi jefe resume con los dedos de una mano: argumento, héroes, fondo, tono y lenguaje. El argumento huía de la sorpresa; era diáfano desde la cuartilla introductoria. Se palpaba que obedecía más a una necesidad que a la tarea disciplinada de un literato. Una mujer sobrevolaba su vida, contándola con más señales que pelos, para posarse en una relación que la marcó sin remedio. Los héroes eran arquetipos, hembra y varón, mitos pedestres con los que figurar y desfigurar humanidades. El fondo, que al principio se me ocultaba, lo descubrí semanas después en una de esas enciclopedias que han puesto de moda los vendedores a domicilio, indagando en las costumbres y usos de las aves rapaces. Luego me golpeé la frente al apreciar que bien claro lo apuntaba Jo, la protagonista. El tono lo fijaban las cabeceras de cada capítulo. Confieso que aquella primera noche me las salté casi todas. En mis pesquisas posteriores, aplicando el método que mi jefe practica a diario, me interesé por su sentido. ¿Eran únicamente bosquejos más o menos caprichosos? Pensé que esa idea no casaba con la pauta del argumento. Un estudio más riguroso me sugirió que constituían pausas premeditadas, rupturas que provocaban cierto distanciamiento, aportando un matiz de elaboración propio de algo que no se dice sino que se escribe. Y ahí la madeja se enredaba.
La cuestión del lenguaje me tenía perplejo. Nunca fui proclive a la profusión de palabras ni a la retórica. Al pan, pan. Siempre atribuí al sexo femenino la poesía y dejé para los hombres los relatos policiacos. La lectura del manuscrito, en consecuencia, me instaba a jurar y perjurar que se trataba de una mujer ya madura, rememorando a su antojo. La caligrafía, de trazo delicado y gótico, también. Sin embargo, la carpeta abría no pocos interrogantes. ¿Era posible que Jo, la protagonista, fuese la autora y se dedicase el texto en un alarde de vanidad? ¿A quién se dirigía Jo realmente? ¿Hablaba con alguien, circunstancial o esperado, o aquello que ella revestía de conversación no era más que deseo? Terminé formando opinión: la imaginé sola, sentada en aquel café a horas intempestivas, con un pitillo entre los dedos, redactando su —lo subrayaría— novela terapéutica, la que en momentos críticos necesitamos, sea en papel o en simple humo, para limpiar la conciencia. Llevaría lustros rondando aquellas cuartillas, tejiendo y destejiendo como una Penélope de Nueva York, depurándolas tras cien mil garabatos en humo y otros tantos en papel, para arrancar de una pluma estilográfica el final que precisaba. Y, en tal caso, ¿debía ser su lenguaje naturalista o fantástico, creíble o al límite, como su vida, del orgullo —orgullo de celulosa— más pretencioso? Concluí mi reflexión con una sonrisa.
Volví al Phillies a la tarde siguiente, antes de coger el autobús. Luego, una vez por mes, mensajero de mi empresa a petición propia. He continuado aguardando a una mujer llamativa, muy pintada, con la recta intención de ocupar la silla contigua y rogarle que me cuente su historia, la de verdad, la que intuyo en esas páginas cuajadas de añoranzas, recriminaciones, propósitos de enmienda y vuelos rasantes. Hasta ayer, que regresé de vacío, ansioso por compartir mi secreto. Le entregué la carpeta a mi jefe y lo bombardeé con mis hipótesis. Fue un alivio. Escuchó pacientemente, hojeándola, para acabar entusiasmado con una de sus ocurrencias: editaremos el libro como anónimo y montaremos la mayor campaña publicitaria de la década. Prepararemos cuñas radiofónicas, hasta saldremos por la televisión, ahora que parece que cobra auge. Toda América buscará a la dama misteriosa que dejó su biografía sobre la mesa de un café.
La idea me atrajo, al principio. Las obsesiones son mala compañía. Después, con ese racionalismo aprendido de mi jefe, me percaté de que aquella carpeta no estaba allí por descuido. Algo que cuesta tanto no se olvida así como así. Su dueña la había abandonado. Pero ¿por qué? ¿Acaso un suceso feliz, coincidiendo con el final?, ¿el final en sí mismo?, ¿una recaída en la desesperación? Quiero pensar que renunció a ella en calma, cumplida tras haber satisfecho una deuda más importante que su difusión a los cuatro vientos. Ojalá alguno de ustedes halle en esas páginas la respuesta que a mí se me escapa desde entonces.
Publicaciones
Ediciones Alfar, 2018. ISBN 978-84-7898-790-0
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