Diario de ausencias y acomodos

Sinopsis

Fernando García Calderón y F. Laboa han indagado en la vida y milagros del lingüista Juan Ángel Santacruz de Colle, reputado tasador de libros antiguos y anónimo explorador de la costa swahili, entregando a los lectores unos relatos cargados de referencias a su biografía, su vocación literaria y su afición pictórica.

Pocas veces ambas artes habrán compartido tren y asiento en un viaje de tan largo recorrido como este Diario de ausencias y acomodos.

Su dedicatoria constituye una declaración inequívoca de intenciones:

A don Juan Ángel Santacruz de Colle,
erudito sevillano,
embaucador emérito
y aventurero crucial
en la historia de Tanganica y Zanzíbar,
sin cuya vida y obra
no hubiese sido posible
esta segunda oportunidad.

Diario de ausencias y acomodos

Listado de títulos:

•  A modo de introito
•  La logia de los Calígrafos
•  La carta
•  Para Elisa, un espejismo
•  De la pena
•  Once de agosto
•  El peso de lo liviano
•  La jugada decisiva
•  Enoc, el miedo
•  Espejos velados
•  13 de septiembre
•  Memoria del hombre que huye
•  Epígono de William H. Pratt
•  Diario de ausencias y acomodos
•  La mañana que salió de casa

 

Fragmento del libro

¿Pude haber sido el pintor que Adela deseaba? ¿Pude y no quise? En serio, ¿pude? ¿Qué habría sucedido si…?

Son preguntas que se repiten, como el alioli de mi difunta madre, cuando la veo pasar desde de mi ventana, allá, en la otra acera, del brazo de su marido tenedor. De libros, se entiende, si bien es verdad que en el barrio no hay chico ni grande que no emplee su apodo para referirse a él ahora que es famoso. El Tenedor. De tres puntas, apuntilla el hijo de la portera de mi finca.

—La punta de la nariz, la punta de su barba de chivo y la punta de la po… —los suspensivos los pone de su cosecha, sometido a la autocensura de la catequesis. Yo, menos gazmoño y más dado a la hidalguía, directamente lo califico de hideputa.

De novia —mía—, deseaba un artista, un pintor de cuadros grandes y capillas sixtinas, y yo, “contrista por naturaleza” en su idioma de arrabal, le respondía con una definición del diccionario. Dícese del hombre que discurre con ingenio las trazas y modos de conseguir o ejecutar algo. Ingeniero, Adela, ingeniero. Ingeniero con pasta, coche oficial y retrato de tres cuartos en Fomento. Era consciente de que la senda de un Romero de Torres no se recorre a pie. Mejor hacerse con un vehículo oficial y, luego, ya veremos dónde nos lleva.

Me las ingenié para quedarme a mitad de camino, en tierra de nadie. Arquitecto. El tipo que profesa el arte de la arquitectura. Esteta, diseñador, dibujante, calculista… Sin vehículo que costee el contribuyente, sin cuadro en la sala de reuniones de la última planta del ministerio, pero con pasta. La Cariátide, como le puso el calvo de los billares, no cedió. Quería fama, fama de verdad, y acabó sosteniendo el brazo del Tenedor con la dignidad que concede la desmemoria.

No soy un Walter Gropius ni un Le Corbusier. Apenas un alarife racionalista y acomodado, con un piso en las alturas, un chalé en la playa, esposa pija y perra. La perra se llama Adela, como Adela. Mi esposa, no. Aunque, de cuando en cuando, rabie como Adela. Fue ella la que se entretuvo en podar mi nombre hasta dejarlo en la mínima expresión. Efe. F.

Afronté la crisis de los treinta a sabiendas de que no saldría airoso. Y salí con un diploma de baile, la mano de la hija de un preboste del negocio inmobiliario y una malsana afición por la literatura. Descubrí que mil palabras valen más que un carboncillo con la efigie de la mujer que, a la manera de las estrellas de Hollywood, padece ese ligerísimo estrabismo de ojos y pechos que la hace tan seductora. Nos casamos en la catedral, de punta en blanco, tras jurarnos copular cada noche que compartiésemos cama y no sentir jamás la inclinación de traer niños al mundo. Nuestro vals se hizo eco de sociedad en las páginas centrales de las revistas de papel cuché. Ahora que navego por el proceloso mar de la cuarentena, duermo en la alcoba del fondo y no me acuesto sin rellenar unas cuartillas. Nunca falta un buen asesinato, reflejo de mi necesidad.

(Del relato titulado A modo de introito)

 

Publicaciones

Ediciones Alfar, 2015. ISBN 978-84-7898-635-4.
Biblioteca de Autores Contemporáneos. Serie Narrativa, 55.

 

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