Felipe es mayor que yo, aunque viera la luz el 19 de enero de 1965. Aunque siempre parezca un crío de 7 años. Pero, no nos engañemos, nadie en su sano juicio creería que un niño de tan corta edad pueda generar un espíritu autocrítico a la vez tan intenso e inoperante.

Hasta mis debilidades son más fuertes que yo

La angustia de Felipe me recuerda la mía propia. Con 7 años. Mis recuerdos de infancia están asociados a una Sevilla con botas de agua, la depresión de mi madre y un sentido de la responsabilidad que, como el árbol primerizo, aún no daba frutos.

Tardé en conocer a Felipe porque las tiras de Quino me parecían réplicas afortunadas del Charlie Brown de Schultz, creado a finales de la década de los 40 (del siglo XX). Lo cierto es que la psicología tan estadounidense de Carlitos apenas podía competir con la sociología tan nuestra de Mafalda y los suyos.

Todos deberíamos tener un Felipe en nuestras vidas, haciéndonos ver que los logros más insignificantes de la voluntad son los verdaderamente dignos de aplauso, aportándonos ese punto de reflexión a la euforia que producen las ideas que nos parecen, en un primer momento, geniales. Respondiendo con ironía a nuestro humano egoísmo.

La voluntad debe ser la única cosa en el mundo que, cuando está desinflada,
necesita que la pinchen

¿Por qué justo a mí tenía que tocarme ser yo?

No dejes para mañana tratar de encajarle a alguien lo que tienes que hacer hoy

A Felipe le gusta el ajedrez y, de mayor, quiere ejercer de ingeniero como su padre. Dicen los que mejor lo conocen que es soñador, tímido, perezoso y despistado. Posee amor por la justicia y un corazón enamoradizo, lo que lo convierte en una persona vulnerable, pero de carácter bondadoso e inteligente. Ve la vida de manera más sencilla que Mafalda. Con frecuencia no sale en la foto, sin que eso le produzca la menor urticaria.

Felipe, además, es autor de una de esas frases que deberían ser impulso y señal de nuestra existencia. Seguro que la habéis leído, pero… ¿habéis meditado sobre su trasfondo?

Contornos (113) Felipe. Sentencia

Todos deberíamos tener un Felipe dentro, muy cerca del alma, muy cerca del raciocinio. O, en su defecto, fuera, pegado a nuestro pabellón auditivo. Yo, por fortuna, tuve y tengo uno. El mío se llama Martínez. Gracias, amigo.