Hoy, justamente hoy, hace cuarenta y un años que falleció Josef Sudek, un nombre que sólo interesará a los iniciados en la fotografía europea del siglo XX.
Nació en la región de Bohemia, en 1896. Con catorce primaveras se trasladó a Praga para aprender el oficio de encuadernador. Praga le encantó, de eso no hay duda, pero la experiencia quedó interrumpida por la Primera Guerra Mundial, de la que salió malparado. Una granada le arrancó el brazo derecho, truncando su vocación de encuadernador para dar paso a otra mucho más intensa: fotógrafo.
«El poeta de Praga» o «el caminante de Praga», como solían llamarlo, desarrolló una larga carrera marcada por su tendencia a la soledad, la timidez y la paciencia. A cambio, Praga ganó un apasionado de sus calles, plazas y jardines. A Sudek le gustaba utilizar cámaras de gran formato. Su preferida era una vieja Kodak Panoramic. Salía con su capote negro y el trípode de madera a la espalda, a recorrer las calles. Inconfundible por sus nerviosos esfuerzos para encontrar el destino deseado, una vez allí se apalancaba durante el tiempo que fuera preciso para obtener la instantánea única, inmortal.
Sudek rehuía las servidumbres de las inauguraciones. Solía esfumarse, ganándose una fama que lo asociaba con Kafka y su obra. Sus fotos de interior son tan relevantes como los paisajes. Nada deja a la improvisación.
Sudek no era Kafka, pero sus obras me inquietan igualmente. Son profundas, solitarias, tristes. Leyendo al autor de La metamorfosis siempre imaginé una Praga en blanco y negro. Con Sudek no necesito dejar correr mi fantasía. Puedo reservar mi esfuerzo para examinar con detenimiento la instantánea. Si lo hago con paciencia y dedicación, el relato aflora tarde o temprano. Es la magia de este enorme fotógrafo. No exagero. Comprobadlo con la imagen de cierre.
Durante la II Guerra Mundial, con el país anexionado por Alemania, Sudek se encerró en su estudio. Retrató lo único que podía. Sus objetos personales y el jardín al que daba la única ventana de la estancia. Incansablemente, recorriendo el tiempo como quien escala una montaña.
Sudek, no lo olvidéis.
24 marzo, 2019 a las 9:36 am
Gracias.
Grande, Sudek!
24 marzo, 2019 a las 10:02 am
Sí que lo es. Enorme en su soledad.