Un cumpleaños en plena canícula. ¡Habrase visto!
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Aunque mi mujer se esfuerce por impedirlo, hace tiempo que dejé de celebrar mi cumpleaños. No es cosa de la edad, que a fuerza de repetir acaba desgastando la fiesta. Es que he dejado de creer que sea mérito mío sobrevivir. Sobrevivo por las atenciones de los demás, sin que mi aportación sea concluyente. Ni siquiera, y no exagero, relevante.
De modo que recibo felicitaciones de familiares, amigos y lectores que agradezco, cómo no, pero no celebro. Hasta recibo algún que otro regalo, cargado de amor, que guardo como un tesoro… para recordar, días más tarde, que no soy aficionado a las sorpresas.
Hoy, sin embargo, ha llegado hasta mí un precioso detalle que nada tiene que ver con el día 11. Algo inesperado, que me llena de alegría. Doy las gracias a J., que me lo remitió. Es el siguiente.
No conozco a Ainara. De hecho, no conozco a nadie con tan precioso nombre. Una sencilla frase suya y una foto de una página de Nadie muere en Zanzíbar han transformado este día en una fecha especial.
Gracias, Ainara, eres un encanto.
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