Llamada telefónica: Fernando, El Cultural trae una crítica de tu novela. ¿Y?
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La crítica la firma Jesús Nieto Jurado, al que no tengo el gusto de conocer. Aprovecho este medio para agradecerle el interés que ha puesto en la lectura y reseña de Yo también fui Jack el Destripador.
—¿Y?
—¿Y qué? —contesto al tuntún.
—Jo, tío, pareces tonto. Que qué dice.
—No está mal. Mayores con reparos, como en las pelis.
—Deja que lo lea, que contigo no hay quien se entere —insiste el plasta.
—¿No tenías un pdf más pequeño? —vuelve a la carga.
—Pincha encima, torpe.
[…]
—¡Vaya flor! Tan sorpresiva como admirablemente estudiada —lee con retintín.
—Sigue y verás los palos.
—Ya, ya veo… Pero mira aquí, mira. Irrenunciables virtudes de una novela con primoroso final. Pues García Calderón da al lector sagaz una buena resurrección del mito del Destripador y una relectura inteligente de Lewis Carroll y de sus enigmas como clave creativa. Cojonudo, tío.
Autocrítico como siempre soy, reflexiono sobre las claves de «los reparos». Derivan de la longitud de la obra y de los engranajes de su trama. Mi primera impresión es que los lectores que se enfrentan a esta novela lo hacen desde uno de los dos puntos de vista siguientes:
- Novela de intriga (o casi negra) en la que importan principalmente la definición del protagonista, aguja de punto en ristre, el hilo argumental y el ovillo de la resolución. Que, obviamente, constituye el tachán wagneriano del texto, toda vez que la bufanda ha sido tejida.
- Novela histórica sobre la Inglaterra victoriana y los acontecimientos del año 1888, vistos desde los espejuelos del octogenario John Riordan. Aquí importa más el ambiente de las calles y las casas, la veracidad de los hechos, la respiración del forense jubilado, los detalles que impregnan las páginas de ese mundo sórdido y teatral, lleno de hipocresía y vergüenza. Y así hasta desembocar en el final, cerrar el libro y sentir que hemos asistido a la observación de una cajita de música, de piezas bien engranadas.
Deliberadamente, he escrito estos párrafos mostrando el desequilibrio entre ambos platillos de la balanza. Sirven de llamada de atención para mis sencillas conclusiones.
El reto de partida, puesto que el proyecto no nacía de una idea propia, se centró en engarzar una novela de corte victoriano que fuese del agrado de todos los lectores, en cualquier idioma y región. Como escritor, disfruté elaborándola. Como lector, disfruté leyéndola. Y ahí se encuentra el meollo de la cuestión: mi fracaso. Porque, de haber aplicado toda la inteligencia que se me supone, debería haber percibido que ese último placer, íntimo, en pleno posparto, era la mejor prueba de que mi propósito no alcanzaría la meta deseada. Había escrito la novela de mis apetencias, dejando atrás el objetivo de gustar a tirios y troyanos, a provectos y jóvenes, a estudiosos de la época e ignorantes de la figura, agigantada por el tiempo, de Jack el Destripador.
Ya no tiene remedio. Sólo puedo pedir disculpas a los defraudados y mostrar la mejor de las intenciones, a la manera del empresario teatral digno, a carta cabal. Ofreciendo la devolución del dinero de la entrada.
Qué menos, teniendo en cuenta los precios actuales de los libros.
30 mayo, 2015 a las 1:08 pm
Las críticas siempre tienen alguna pega, para no parecer amiguete.
28 mayo, 2015 a las 3:48 pm
Exageras. Lo único que importa es hacer una buena novela y la has hecho.